Cuando yo era niño, uno de los acontecimientos más esperados del invierno era la bajada del barranco. Recuerdo que era todo un acontecimiento, y que íbamos por la banda del barranco mientras íbamos al colegio, y después nos pasábamos la tarde en el cauce jugando, haciendo presas, y estrenando las botas de agua.
Lo cierto es que ver el agua corriendo sin parar por cualquier barranco, y siempre que sea de manera no torrentosa, es todo un placer.
Anaga, con su tortuosa orografía de valles y encajonados barrancos rematados por cumbres arboladas que “llaman al agua”, es la reina de esta experiencia invernal.
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